martes, 24 de noviembre de 2009

la purificadora

Las dimensiones del lugar, la enorme escalinata de cantera y la manera en que la iglesia de San Francisco queda enmarcada entre los muros del edificio crean un efecto verdaderamente asombroso, un matrimonio perfecto entre el diseño contemporáneo y la arquitectura colonial mexicana.

Desde su concepción, La Purificadora es un lugar con mucho pedigree. Primero, fue construido en un edificio considerado patrimonio histórico de la nación por el INAH: en el siglo XIX había sido una fábrica que purificaba y embotellaba agua para hacer hielos (en el lobby se exhiben los sifones originales). Y luego, el proyecto de construir el hotel a partir del casco original de la fábrica corrió a cargo del reconocido arquitecto Ricardo Legorreta (autor del Camino Real y el Museo del Niño de la Ciudad de México), quien además de aprovechar ciertos elementos de la estructura antigua, le imprimió su toque inconfundible, con techos imposiblemente altos, líneas y materiales simples, y toques dramáticos de color; en este caso, la tela morada de los sillones del lobby y la terraza, así como de las cortinas que dividen el restaurante del lobby principal.



Y está el ingrediente clave: el modo en que el Grupo Habita convierte sus proyectos en imanes para el público que aprecia el buen vivir, el buen diseño y, por supuesto, la buena fiesta.


DE ADENTRO HACIA ARRIBA


Los 26 cuartos del hotel —distribuidos en forma de L alrededor del lobby—, están designados por letras. . Al subir, las puertas del elevador se abren ante un pasillo con barandales y piso de vidrio : nada obstruye la vista hasta la planta baja, ya que tanto los pasillos como las escaleras del primer y segundo pisos son de vidrio esmerilado a rayas. El detalle produce un acertado impacto visual, pero resulta algo desconcertante para quienes gustan de pisar superficies sólidas y opacas. Todo sea por el diseño.



El cuarto es todo lo que se puede esperar de un hotel que empieza a figurar en todas las selecciones de arquitectura y diseño. Cada esquinita ha sido pensada y diseñada por profesionales, y nada, nada, se ha dejado al azar: ni el balcón volado con piso de madera y portón de vidrio abatible, ni el enorme escritorio de madera maciza con silla de diseñador; tampoco el vestidor de vidrio en medio del cuarto con ganchos transparentes, ni el baño con la regadera forrada de ónix. Todo fue colocado con una increíble atención al detalle y la armonía visual pero, como ocurre en muchos sitios de alto diseño, experimentarlo a veces cuesta trabajo.

esta el área de la terraza en el tercer piso, en donde está el bar, el jacuzzi, el gimnasio y la sala para masajes.



La alberca también está allá arriba y fue diseñada por la artista Laureana Toledo (autora también de la fuente que está en la entrada del Camino Real del DF), quien se inspiró en la hormona que segrega el ser humano cuando se enamora. Antes de eso hizo un intento con imanes, pero el experimento intimidó a todos aquellos que tenían marcapasos, frenos y demás dispositivos metálicos en el cuerpo. El asunto es que en el fondo actual se alcanzan a ver “los átomos del amor”, un motivo interesante para una alberca que queda junto al bar de un hotel.


el paisaje: la silueta del volcán La Malinche recortada sobre cielo azul poblano a lo lejos y la iglesia de San Francisco a tan sólo unos metros de distancia. Desde ahí se puede apreciar que el hotel es realmente parte del llamado Paseo de San Francisco, un complejo que incluye un parque, un centro de convenciones y un centro comercial con todo y cadena de cines.



La terraza, siguiendo la tradición de los hoteles del Grupo Habita, por las noches se convierte en un lounge, donde pequeños grupos se sientan en grandes sillones morados a tomar tequilas, cubiertos con cobijas de lana gris que pueden encontrar sobre cada sillón, para protegerse del frío poblano.
Sobra decir que este hotel, al igual que otros de su estilo, no es el sitio ideal para encontrar silencio y descanso. Quien venga al hotel y no suba a tomar un trago y ver un poco de gente en la azotea, no está aprovechando al máximo lo que La Purificadora tiene que ofrecer.



Por las noches y principalmente los fines de semana, La Purificadora atrae a mucha gente local, que se suma a los huéspedes en busca de buena comida y un lugar para tomar la copa al aire libre. Esto sigue hasta pasada la medianoche. .


UNA FONDA DE LUJO


Junto al lobby, separado por cortinas moradas a la Philippe Starck, se encuentra el restaurante del hotel al mando de Enrique Olvera, el aclamado chef del Pujol en la Ciudad de México. Aunque ambos lugares sirven comida de excelente calidad, el concepto de La Purificadora es diametralmente opuesto al de Pujol. Si este último busca crear una experiencia culinaria refinada con un excelente servicio, en La Purificadora, Olvera intentó recrear el ambiente de una fonda o de una comida familiar, con la cocina abierta y mesas largas en las que todos prueben del plato del de junto, y en las que se permita hablar a gritos.



Aprovechando los materiales originales de la fábrica, los arquitectos diseñaron largas mesas de madera maciza en las que caben hasta diez comensales;





LA PURIFICADORA
Callejón de la 10 Norte 802
Paseo San Francisco
Barrio El Alto, Puebla
T. (222) 309 1920
www.lapurificadora.com

Habitaciones de 155 a 295 dólares entre semana, y de 199 a 399 los fines de semana.


EN EL OMBLIGO
DE PUEBLA


A pesar de que en La Purificadora uno puede entretenerse durante horas, no hay que olvidar que uno de sus más importantes atributos es su localización. El hotel se encuentra en el centro de Puebla, a un par de cuadras de El Parián, el antiguo mercado de artesanías, y del Barrio del Artista, una zona peatonal con talleres de pintores, galerías y bares con música en vivo. Desde ahí se camina unos minutos más hasta el zócalo.

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